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martes, 18 de agosto de 2015

Mitos Cordobeses

Mitos en el Centro de la Ciudad



En pleno centro de Córdoba uno puede encontrarse personajes y lugares que contienen cientos de historias y leyendas que, con el correr del tiempo, el boca en boca lleva a variar su esencia, el rigor de su realidad, creando los mitos que aún se repiten.

Sin incurrir en las historias de fantasmas y apariciones, hablaremos de los mitos creados en diferentes épocas, algunos sin intención, otros con la idea de “vender” una anécdota ficticia, pero ambos dañinos para el patrimonio intangible cordobés.

Para disfrutar de una ciudad tan rica en historias, el Servicio de Guías invita a realizar visitas guiadas con guías profesionales que lo orientarán mejor sobre nuestro patrimonio en dos recorridos tradicionales para toda la familia.

Destino del Fundador: El pobre Jerónimo Luis de Cabrera, muerto en su celda por garrote el 17 de agosto de 1574, no solo tuvo que soportar una condena injusta sino también la desidia de quienes hoy divagan sobre su fallecimiento diciendo que murió “a garrotazos”, “decapitado” o hasta “degollado”. El garrote vil era una de las muertes ‘piadosas’ en épocas de inquisición, la cual consiste en un ahorcamiento con tientos de cuero haciendo un torniquete desde atrás, provocando la muerte por asfixia en segundos, minutos u horas, dependiendo la fuerza y capacidad del verdugo. Posteriormente, para completar la condena, algunos historiadores insisten que se degolló al maltrecho cadáver, pero no fue esa la causa de muerte.

Celdas del Cabildo usadas en el ’76: la cárcel pública semi-subterránea que hoy podemos visitar a un lado del ingreso al Cabildo, funcionó desde poco después del traslado de la ciudad hasta el gobierno del Marqués de Sobre Monte (1784-1796), quien decide construir nuevas celdas con mejores condiciones de higiene y desafectar las subterráneas.
Estas, permanecieron sepultadas por casi 200 años hasta que en 1989, cuando la Policía provincial se mudó a B° Alberdi, las mismas fueron descubiertas y pronto se convirtieron en uno de los principales atractivos del remozado Cabildo.
Las detenciones de ese período oscuro de nuestra historia, siempre fueron en el D2 del pasaje Santa Catalina y no en el Cabildo, donde se realizaban actividades administrativas.

Túneles de Córdoba: la leyenda urbana más conocida en el país hoy no es un misterio. Tanto por las excavaciones como por los datos históricos, no dan evidencia de los túneles jesuitas que se conectaban entre conventos, dependencias y hasta incluso, en su fantasía, los hacían llegar a Alta Gracia.
El imaginario no tuvo límites en este caso, desmentido por la menos enigmática realidad colonial cordobesa, donde fueron muy raros y escasos los ataques extranjeros. De hecho, al ser expulsados los Jesuitas, todos se entregaron sin miramientos ni ocultaciones. En fin, lo que hoy se encuentra bajo nuestros pies son construcciones de diferentes épocas, todas importantes, muy pocas rescatadas del insaciable desarrollismo.
Quienes se aventuran por los suburbios de la ciudad, conocerán los túneles del Chateau, pero esos fueron creados para molinos de otras épocas.


Jesuitas, entre leyendas negras y barcos de fantasía: la “leyenda negra” fue una serie de escritos y mitos que se divulgaron en el S. XIX para difamar no solamente a los padres de la Compañía, sino también a todo vestigio anterior a la Revolución de Mayo.
Entre tantos agravios, pudo escucharse que los jesuitas fueron “denunciados por maltrato hacia encomenderos y aborígenes”, la frase fue tergiversada de una original que hablaba del nacimiento de la Universidad y decía que se les quitaron los aportes a la Compañía por las “denuncias que hacían ellos contra los nuevos terratenientes, por el maltrato hacia los nativos que vivían en sus tierras encomendadas”, muchos de estos encomenderos eran funcionarios del Cabildo y la crueldad con la que estos trataban a los originales herederos de estas tierras, llevaron a los Jesuitas a denunciarlos.
Esto no cambió la realidad y la orden de Loyola tendrá que arreglárselas económicamente por su cuenta.

Mechinales para defenderse: esos agujeros cuadrados que se ven en la fachada de calicanto de la Iglesia de la Compañía y en las paredes desnudas de muchos edificios de la colonia, no son para defensa ni como decoración. Simplemente se los usaba desde el medioevo para encastrar los andamios de madera a medida que se elevaba la obra y estos desaparecían al ser tapadas con el posterior revoque.
En el caso de la iglesia, el mayor tamaño y la disposición estaban previstos para una futura decoración, ya que al consagrarla en 1671, solo fue revocada y pintada sin ornamentos, conservándose así hasta principios del 1900 cuando deciden cambiar la fachada.


El barco en la cabeza:
Una idea tan repetida como absurda. Decir que el techo de la iglesia se hizo con maderas de un barco pirata encallado, que los jesuitas llegaron con ese barco a Córdoba o que el autor lo hizo así porque era lo único que sabía hacer, son terribles falacias en contra de una gran obra.
Phillipe Lemaire fue en su juventud trabajador en astilleros de Bélgica, Inglaterra y Portugal. Al llegar a nuestras tierras, tal oficio fue reemplazado por la construcción.
La gran amistad que lo unía con miembros de la Societas Jesu (SJ) le permitió formarse en arquitectura y trabajar a la par de los grandes alarifes aborígenes y negros esclavos, al tiempo de que se le proveyó de buen material bibliográfico.
La conclusión fue un magnífico entramado de maderas de cedro traído desde las Misiones Guaraníes cuyo traslado y construcción demandó doce años. A la vista forma una bóveda de medio cañón espléndidamente decorada, y sobre la misma, una doble tijera unida por encastres y ligaduras de cuero.
Prescindiendo en lo posible de clavos y tornillos, el entramado del techo de la Compañía es una verdadera obra de arte del barroco.
El asunto del barco comenzó a mediados del siglo XX cuando una serie de estudios y trabajos de diferentes arquitectos convinieron que Lemaire había tomado como referencia un libro de Philibert de l’Orme cuya traducción sería “Nuevas invenciones para construir bien y a pequeños precios”. Al releer la obra, se observa que una bóveda hecha en madera, lleva el nombre de “Quilla Invertida”, lo que dio a pensar a algunos que se trataba de una embarcación dada vuelta...
A ciencia cierta, ningún barco de esa época podía llegar a tener esas dimensiones, tampoco podría usarse madera de un barco viejo ni encallado; en el mismo libro figura que bajo la cúpula se denomina de “media naranja”, y no por eso creemos que los jesuitas plantaron un super naranjo para su iglesia. A nuestros días, no hay evidencia de que ese libro haya llegado a Córdoba en esos tiempos.

Los mitos siempre serán parte del acervo intangible de la ciudad, mientras haya quien los pueda explicar, va a ser agradable conocer esos secretos aún más fascinantes por descubrir.

A veces es necesario realizar investigaciones o indagar en las bibliotecas, pero otras veces, como dice José Naroski, “si quieres observar mejor el cielo, tienes que elevar la mirada”


Autor: Sebastián Zapata

Publicada en La Voz del Interior 16/08/2015

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